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Apple, el gran legado de Steve Jobs

Como inspirador en general, y mentor en particular, la muerte de Steve Jobs ha dejado huérfanos a miles de creadores, ingenieros, emprendedores o diseñadores, entre otros, de todo el mundo. En el caso de Apple, la herida se hace más profunda. La imagen de la manzana mordida es inseparable de la de Steve Jobs, fundador junto a Steve Wozniak de una de las multinacionales referentes por excelencia, cuyos inicios se germinaron en el interior de un garaje en 1971.

Jobs y Wozniak se conocen en 1971. Desde el principio, los papeles de ambos, y que luego acabaría conformando la limitada estructura de trabajo de Apple Co, están claros. Steve Wozniak (o Woz, como amigablemente se le conoce) sería el responsable de la ingeniería, y Steve Jobs se centraría en el apartado comercial. Fruto de ese tándem aparece en escena el Apple I. Era 1976, y este ingenio que hoy podríamos definir como rudimentario, serviría para edificar sobre él un imperio.

El Apple I profesionaliza la empresa de los Steve. Por unos 666,66 dólares, consiguen vender unos 175 equipos, y lo que es más importante: empiezan a captar la atención de la industria. El dinero que ganaron por las ventas de este ordenador se reinvierte en el diseño y construcción de una segunda generación, el Apple II, y ahora sí, empezamos a vislumbrar cómo será el ordenador personal que años más tarde invadirá como una epidemia las casas, oficinas, tiendas y establecimientos de todo el mundo. Todavía estamos en 1976.


El Apple II es además el inicio de una filosofía donde la máquina no lo es todo. Jobs no sólo presenta el dispositivo (ese mismo año muestran su ordenador en el Personal Computing Festival) sino que lo rodea de un halo mágico y de una retórica que años más tarde se conocería como el campo de distorsión de la realidad (término acuñado precisamente por uno de los vicepresidentes de la compañía, Bus Tribble). Ese campo de distorsión no sólo será retórico (entendido como verbal) sino además aparente. Para comprenderlo, baste saber que el Apple II se vendía en unas cajas estratégicamente diseñadas para aportar ese valor emocial que hoy día es indisoluble de cualquier dispositivo Apple.

Los prototipos del Apple II se desarrollan entre 1976 y 1978, año este último en que se vende la primera unidad por poco menos de 1.300 dólares. Entonces, Apple ya cuenta con su logo actual, la manzana mordida, aunque con el clásico arco iris que años más tarde sería sustituido por una textura más aséptica y metálica. Fue la aportación de Regis McKeena, primer fichaje de Apple y procedente de Intel. McKeena sucumbió a los encantos de Jobs como vendedor, siendo curioso que la primera incorporación a la compañía no fuera un ingeniero de laboratorio, sino un responsable de publicidad.

El Apple II sirvió, como ya hemos citado, para centrar la atención de algunos representantes de la industria. Tal fue así que en 1977 Apple recibe su primera inversión externa, siendo el mecenas el inversionista Mike Markkula. Esto sirve para que Jobs y Woz puedan dedicarse en exclusiva a su creación, abandonando las respectivas empresas para las que trabajan (Atari y HP). Desde ese momento, Apple empieza a crecer como la espuma.


Desde 1978 a 1981 la empresa vive un turbulento ascenso en popularidad y éxito. No obstante, es durante ese periodo cuando se gestan situaciones que acabarían por devenir en crisis años más tarde. La primera, en 1981, cuando Woz decide abandonar el barco. Un accidente de avión le hace reconducir su vida, descubriendo que el frenético ritmo de trabajo que impone el entusiasta Steve Jobs se aleja de los objetivos que él se marcó en los inicios de aquella aventura. Han pasado diez años desde que conoció a aquel mágico jovenzuelo y llegaba el momento de presentar la renuncia.

Para entonces, ya había sido presentada una tercera generación de su ordenador personal, el Apple III, una máquina que tuvo que ser revisada en una par de ocasiones por problemas derivados del calentamiento desde su fuente de alimentación. El equipo ya contaba con un buen catálogo de software, desarrollado por personal dedicado a Apple. No obstante, y pese a que la perspectiva con la que se observaba a la compañía distaba mucho de la desenfadada imagen con la que llegaron al éxito desde un garaje, el Apple III fue el inicio de un pequeño periodo de fracasos que continuó con Apple Lisa, en 1983.

Lisa fue sin duda la primera gran revolución que Apple le propuso al mundo. No sólo era una máquina, era un concepto: un equipo que sintetizaba la filosofía de sencillez y accesibilidad, dotado de una interfaz gráfica y de un ratón (aunque ambas cosas fueron un préstamo procedente de Xerox). Pese a todo, Lisa no cuajó a causa de un precio prohibitivo: 10.000 dólares. En ese momento, empezó a intuirse el declive de Jobs al frente de Apple. Desde la dirección de la empresa se quejaban acerca del tratamiento que el fundador le dispensaba al equipo de trabajo, y poco después, Jobs elegiría al que más tarde podría haber considerado como el Judas de Apple: John Sculley.


John Sculley era un alto directivo de Pepsi. Para reclutarlo, Steve Jobs recurrió a su hipnótica e irreprochable retórica (de nuevo, aquello que para entonces ya había sido definido como el campo de distorsión de la realidad de Jobs). Así, la frase “¿Prefiere pasar el resto de su vida vendiendo agua azucarada o tener la oportunidad de cambiar el mundo?” pasó a la historia.

El nuevo equipo sirvió también para reciclar los vientos que arrastraban la nave de Apple. El puerto al que llegarían es otro hito en la historia de la tecnología en general y de la compañía en particular: Macintosh. En enero de 1984 se lanza al mercado. De nuevo, el qué no es lo único importante, sino que el cómo se convierte en una parte fundamental del discurso de la computadora.

Un cómo que se tradujo, en primer lugar, con el anuncio publicitario más célebre de la historia de la tecnología, ese trasunto del 1984 en el que Apple se autoproclama como elemento liberador de la política orwelliana de IBM; el otro cómo está en la construcción del Apple Macintosh, al que se le reprochó la escasa memoria que instalaba (128 Kb) y la ausencia de bahías de conexión. Te suena, ¿verdad?

A medio y largo plazo, el mercado no respondió al Macintosh como Apple esperaba. En ese momento, comienza un periodo de tensión intestina en la empresa que, para empezar, reúne en un sólo equipo a los desarrolladores de Lisa y Macintosh, un movimiento no exento de problemas (el propio Jobs azuzó una férrea competitividad entre ambas secciones). El fundador de la empresa empieza a ser visto como un genio excéntrico y un elemento perturbador para el futuro de Apple.

El propio Sculley trata de alejar a Jobs de la cúpula de decisiones de la compañía. Es el momento en que comienza a vislumbrarse la travesía por el desierto que llegaría poco después, y que comenzó con el destierro a Siberia, que es como Jobs llamaba con sorna al edificio donde se ubicaba su despacho, alejado del núcleo central de Apple. Sólo un año después de la aparición del primer Macintosh, Steve Jobs es despedido de Apple, la empresa que él mismo edificó. Era 1985 y Jobs tenía 30 años.

La efervescencia creativa de Jobs impidió que se viniera abajo tras este varapalo. No tardó en rearmar sus naves, fundando una pequeña compañía de software, NexT Inc. Una de las jugadas más brillantes de Jobs al frente de NexT fue adquirir la división de animación por computadora de LucasArt, la empresa de efectos especiales de George Lucas. En aquel pequeño equipo había un tipo que años más tarde se confirmaría como otro de los genios alumbrados al amparo de Jobs, John Lasseter. La empresa que resultó de aquello hoy no necesita presentación: Pixar Animation Studios, esa fábrica de magia sin la cual no conoceríamos Toy Story, Wall-E o Buscando a Nemo. Corría el año 1986, aunque no fue hasta 1996 cuando se estrenó el primer largometraje de Pixar (precisamente, Toy Story). Pixar salvó de las llamas a Disney, que compró la compañía de animación por 7.500 millones de dólares, colocándose Jobs entre los miembros de la fábrica de sueños. Por cierto, que en uno de los equipos desarrollados por NexT, el NexTcube, se gestó la World Wide Web (el protocolo con el que hoy navegamos por Internet) de Tim Berners-Lee en 1991.

Como toda historia ceñida a los cánones del mito del héroe, Steve Jobs tenía reservada su vuelta a Apple por todo lo alto. Entre 1985 y 1996, la compañía vive su peor momento, con John Sculley, Michael Spindler y Gil Amelio como responsables de la debacle. Microsoft e IBM destrozan un mercado en el que otros fabricantes, como Olivetti o HP, torpedean con artillería pesada a la prometedora en otro tiempo compañía de la manzana. No obstante, en 1996 se cierra el círculo con el regreso del creador a Apple. La compañía adquiere NexT, y Steve vuelve a tomar asiento en el consejo de administración de la empresa. En 1997 se vuelve a colocar al frente de un imperio en ruinas que él mismo se encargará de reedificar con nuevas estructuras. La primera: el iMac.

El iMac no sólo marca el inicio de la etapa que se extiende hasta nuestros días. También representa un modo de entender la tecnología, materializada en un equipo que no sólo aporta una experiencia práctica, sino también emocional, cargada de diseño y con un espíritu innovador. Además, el iMac es el primer equipo de la firma en apostar por los estándarse USB y FireWire.

Un Steve Jobs más sabio y sereno emprende acciones de conciliación con sus enemigos en favor del bien común. La rivalidad con Microsoft en general y con Bill Gates en particular se remonta a la época del Apple Lisa, cuando Jobs acusó a Gates de robar la idea de la interfaz gráfica de MacOs y usarla en Windows (curioso, porque el propio Jobs se inspiró en el trabajo de Xerox a la hora de desarrollar su sistema operativo de interfaz gráfica). No obstante, y aunque Jobs demostrará a lo largo de los años que perdona pero no olvida, la nueva etapa de Apple busca integrar funciones a sus equipos que pasan necesariamente por la colaboración de Microsoft. Corre el año 1999.

Las distintas actualizaciones del iMac sirven para fidelizar a un importante grupo de seguidores de la firma, aunque no consigue arrancar una cuota de mercado significativa frente al monstruoso Microsoft, que devora el sector con hordas de software dedicado a multitud de ámbitos. Una vez más, el genio creativo crea un nicho a partir de la nada, y Steve Jobs experimenta una epifanía. Su nombre es sinónimo de música portátil: iPod.

El reproductor surge de la mente de un ingeniero que hábilmente Jobs recoge bajo su amparo, Tony Farell. Lejos de dedicarse a fabricar terminales, el proyecto de Apple traslada su filosofía primigenia al campo de los reproductores, y concibe un dispositivo que integre como ninguno la fabricación del artefacto con funciones exclusivas y dedicadas. Nace así iTunes, entendido como un programa de reproducción de música, pero también como una plataforma de venta de canciones y discos al servicio de iPod.

Estamos en el año 2001, un momento fundamental para entender el fenómeno que supuso iPod. Las casas discográficas tocan tambores de guerra a causa de la despiadada aparición de las descargas no autorizadas de música a través de programas P2P. Para muestra, un botón: en paralelo a la aparición del iPod, las compañías de discos disparaban toda su batería de cañones contra Shawn Fanning y Sean Parker, creadores de Napster (la quintaesencia del fenómeno P2P e inspiración al actual fenómeno de las descargas), y la aparición de un servicio que emulaba el funcionamiento de este tipo de sistemas en un marco legal y lucrativo fue acogido con entusiasmo por parte de las empresas del sector.

iPod y iTunes se convierten en los anabolizantes fundamentales que musculan la presencia de Apple en el mundo desde ese momento. La manzana sale de las casas y oficinas de un dos por ciento de los usuarios para instalarse en los bolsillos, maletas, mochilas y brazaletes de miles, millones de aficionados a la música. Jobs literalmente levanta un nuevo templo sobre las cenizas del que ardió durante su exilio y catapulta de nuevo a Apple como referente de una filosofía única.

Entre 1999 y 2007, fecha del siguiente hito en la firma, un nuevo y macabro varapalo azota la dirección de la empresa. A Steve Jobs se le diagnostica un cáncer de páncreas en 2004. Para entonces, la figura de Jobs es venerada por su aura mágica y mesiánica, en parte diseñada con un discurso claro, conciso y deslumbrante y con una estudiadísima puesta en escena en la que su atuendo, casi sacerdotal, se ha llegado a convertir en un icono (zapatillas, pantalón vaquero y jersey negro de cuello de cisne).

Jobs asume la proximidad de su muerte, y lejos de ensombrecer su carácter, se siente empujado hacia un vitalismo aún más radiante. En una entrevista reconoce que la conciencia de que puede morir lo libera del miedo, y gracias a ello, desata su creatividad. En el famosísimo discurso de graduación que le dedicó a los estudiantes de Stanford reincide en esta idea, animando a seguir las metas personales sin importar las consecuencias. Habla de locura en ese discurso. Y una locura es lo que estaba por llegar. El iPhone.

El teléfono táctil por excelencia se presenta en enero de 2007, aunque no se pondrá a la venta hasta unos meses más tarde. La tecnología táctil ya era un hecho antes de llegar el iPhone, pero con este terminal, una vez más, Apple reincide en la idea de que el qué puede no ser nada sin el cómo. El cómo del iPhone se conoce hoy con el término de experiencia de usuario (tantas veces reproducido desde entonces). El iPhone es el dispositivo multimedia con el que podemos hablar por teléfono, navegar por internet, escuchar música, ver vídeos… y todo ello, sin complicaciones. El dedo se convierte en el mejor aliado del iPhone y jubila a los punteros stylus, herederos de las obsoletas PDAs.

Pero la gran innovación, la gran aportación de Apple para el mundo con el iPhone no fue el dispositivo. La firma entendía el terminal como un importante y muy atractivo medio para un bien superior en sus objetivos: la App Store. A partir del iPhone, surge el concepto de aplicaciones ligeras que podemos descargar para ampliar y personalizar las funciones del teléfono. Basta con contar con una conexión a Internet y una cuenta Mac para hacer que nuestro móvil se convierta en otras muchas cosas.

La aportación de Apple con el iPhone, sin embargo, no sólo fue técnica. Desde 2007, gente ajena o poco interesada en el sector tecnológico espera con avidez el anuncio de la keynote anual (que no evento o presentación) ante las novedades de la firma. Y en ellas, Jobs es la estrella indiscutible, abriéndose aún más, si cabe, al mundo.

Mientras continúa evolucionando la compañía con actualizaciones de sus dispositivos informáticos (los iMacs basados en Intel, la línea MacBook de portátiles estilizados y el novedoso concepto de ultrabook que se concibió a partir del MacBook Air) y móviles (los iPod se bifurcan en multitud de modelos y generaciones según tamaños, funciones, memoria e incluso habilidades táctiles), Apple gesta un nuevo golpe de efecto: el iPad.


Si el iPhone es el móvil táctil más famoso, el iPad puede considerarse la tableta originaria de una nueva categoría inédita hasta ese momento. Una vez más, Apple hizo magia en 2010 demostrando que el todo puede ser más que la suma de sus partes. En este caso, las partes era un concepto que gozaba de poca popularidad, el TabletPC, y el universo de aplicaciones descargables que surgió a partir del lanzamiento del iPhone. El resultado fue un dispositivo difícil de definir, que en sólo un año le ha dado la vuelta al sector como si fuera un calcetín, inoculándose en las venas de un mercado que hace dos años ni siquiera era imaginable.

En las últimas valoraciones de mercado se ha sabido que Apple es la única empresa que crece en ventas de ordenadores (algo condicionado por su escasa cuota de mercado, aún canibalizada por los equipos basados en sistema Microsoft), y la compañía tecnológica más valiosa en cotización bursátil. La figura de Steve Jobs ha sido ineludible para argumentar la posición de Apple, y de hecho el anuncio de su renuncia al cargo en agosto de 2011 se tradujo en una bajada en los títulos de la firma en Bolsa.

Aún persistía la esperanza de quienes creían (creíamos) que Jobs se despediría de sus acólitos el pasado 4 de octubre, cuando Tim Cook presentó el legado del patrón, el iPhone 4S. Sin embargo, Steve no acudió a la cita. Hoy hemos sabido porqué. Hoy la manzana se tiñe de negro.

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